lunes, 17 de febrero de 2014

Testimonio: Pepe Más Campos, coordinador de emergencias de MSF en Kivu Sur, República Democrática del Congo


“Los que me conocen saben que jamás utilizo la expresión ‘salvar vidas’ cuando hablo de mi trabajo. Es demasiado grande para un tipo como yo. Sin embargo, en esta ocasión estaba convencido de que teníamos que ser nosotros quienes actuáramos, de que no había nadie más que pudiera intervenir para evitar la mortalidad, salvo Médicos Sin Fronteras”

Hitoria:

“No había nadie más que pudiera intervenir”

“Un equipo reducido del RUSK (Respuesta a Emergencias en Kivu del Sur, en sus siglas en francés) llevábamos a cabo una misión de evaluación rápida de un posible brote de meningitis, con posible confusión de malaria en Lulingu, una zona remota al este de la República Democrática del Congo”.

“El acceso, complicado a causa de un entramado de rutas de barro inundadas, nos obligó a volar hasta allá en avioneta y luego desplazarnos en moto. En los poblados se percibía de antemano una extraña atmósfera malsana, una gravedad un tanto oscura. Las gentes del lugar nos contaba que, desde hacía dos meses, algo estaba matando a los niños, y no comprendían cuál puede ser la causa”.


“Nuestra misión duró dos días tiempo suficiente para cruzamos con dos duelos y un cortejo funerario, en el hospital fallecieron cinco niños, diez en toda la semana y a los que me temo que habría que sumar y que no me quiero imaginar lejos de las estructuras sanitarias. Visitamos cuatro cementerios que refugiaban, cada uno, unas docenas de tumbas recientes. El último de ellos se llamaba Tchonka y albergaba en su seno más de 60 nichos, dos tercios de ellos pertenecían a niños pequeños”.

“Existían sospechas de que podría ser una peste de meningitis, o una plaga de malaria... El equipo médico examinó pacientes, hizo pruebas, investigó historias médicas y se sumergió en la epidemiología de los años precedentes. Finalmente dictaminan que la culpable es la dichosa malaria, complicada con anemia. Es ella quien está segando la vida de niños. Nunca antes estuve tan convencido de la necesidad de intervenir a toda costa, a cualquier precio, como en ese momento”. 

“Los que me conocen saben que jamás utilizo la expresión ‘salvar vidas’ cuando hablo de mi trabajo. Es demasiado grande para un tipo como yo. Sin embargo, en esta ocasión estaba convencido de que teníamos que ser nosotros quienes actuáramos, de que no había nadie más que pudiera intervenir para evitar la mortalidad, salvo Médicos Sin Fronteras”.

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